5.-Lecciones de la vida de Ana.“El mejor lugar para nuestros hijos”
24 Y después que lo hubo destetado, llevólo consigo, con tres becerros, y un epha de harina, y una vasija de vino, y trájolo á la casa de Jehová en Silo: y el niño era pequeño. 25 Y matando el becerro, trajeron el niño á Eli. 26 Y ella dijo: ¡Oh, señor mío! vive tu alma, señor mío, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto á ti orando á Jehová. 27 Por este niño oraba, y Jehová me dió lo que le pedí. 28 Yo pues le vuelvo también á Jehová: todos los días que viviere, será de Jehová. Y adoró allí á Jehová. 1 Samuel 1:24-28
No puedo imaginar ese día en la vida de Ana, debió haber experimentado emociones encontradas antes de este evento y en los días siguientes. Debe haber sido extremadamente difícil y, al mismo tiempo, por un lado, iba entregar en un acto de adoración al Señor lo más preciado.
Anticiparse a ello debió haberla llenado de gozo, ella era una mujer que amaba a su Dios profunda y sinceramente, pero también con un gran dolor, pues amaba a su pequeño hijo. Especialmente porque tenia que darlo como ofrenda, pero tenía una verdad implícita Dios había sido fiel, y misericordioso dándole un hijo, oyendo su suplica. ¡Qué experiencia agridulce!
Mantener una promesa no es fácil. A menudo, las promesas o "tratos con Dios" se hacen en tiempos de desesperación, como lo fue el de Ana. Por lo general, suenan algo como:
"Señor, si me ayudas en esta situación o me das esta cosa que realmente necesito, etc. haré. . . leer mi Biblia todos los días, ser fiel a las reuniones en la iglesia todas las semanas, siempre hare... o nunca hare ..."
Una vez que el problema ha pasado, a menudo olvidamos en cumplir nuestras promesas. Estamos agradecidos de que Dios nos ayudó con nuestros problemas o nos haya dado lo que necesitábamos, pero de alguna manera pensamos que nuestra gratitud es suficiente y continuamos con nuestras vidas como de costumbre.
Santiago 5:12 habla directamente de esto:
"Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento; sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación".
El Señor toma muy en serio sus promesas, Él ha sido fiel a si mismo, hasta el punto de enviar a su Hijo, el Señor Jesucristo a morir por nosotros. Él espera que sigamos adelante con nuestras promesas. Santiago nos advierte que las consecuencias de no cumplir nuestros votos/ juramentos es pecado.
Estoy tan impactada por la convicción de Ana de ser obediente en sus circunstancias.
- Primero, no sabía si tendría otros hijos. Pero lo que ella pensaba que Samuel sería su único hijo (sin embargo, el Señor la bendijo con tres hijos más y dos hijas, 1 Samuel 2:21).
- Segundo en ese momento de la historia las influencias y ejemplos
espirituales en el templo no eran las mejores. Eli no estaba discerniendo; no
era un líder espiritual para Israel, sus hijos eran "hombres malvados, que
no conocían al Señor", 1 Samuel 2:12. La disposición de Ana para cumplir
su promesa y entregar el cuidado de su hijo, creyendo que el Señor lo
protegería y guiaría a pesar de estas malas condiciones, demuestra su profunda
fe.
Soy propensa a creer que sé qué es lo mejor para mí y para mi familia y en el fondo quiero tener el control. Por supuesto, esto es una mentira que nos decimos a nosotros mismos. Dios es el único soberano que conoce el principio y el final. Renunciar a ese lugar de control es tan ajeno a nuestra naturaleza humana, pero la fe en Él nos permite renunciar a ese control y confiar más y más para que Él Reine en nuestros corazones y mentes. Así es como aprendemos a confiar en Él en nuestras propias vidas, debemos aprender a confiarle las vidas de aquellos a quienes amamos. Ama a nuestros hijos aún más que nosotros y sabe lo que es mejor para cada uno de ellos mucho mejor de lo que nosotros somos capaces.
Honramos y obedecemos al Señor cuando criamos a nuestros hijos. Luego, a medida que se convierten en adolescentes mayores y adultos jóvenes, ofrecemos nuestro sabio consejo cuando lo soliciten, pero reconocemos que son individualmente responsables de lo que el Señor les pide que hagan. Hemos experimentado esto con nuestros 3 hijos adultos. Fue difícil simplemente dejarlos ir y no tratar de controlar sus decisiones, pero ha sido muy liberador entregarlos al Señor. Qué alegría verlos cuando lo siguen e incluso cuando toman malas decisiones, poder acompañarlos y alentarlos, en lugar de criticarlos.
Entonces, si bien no seguimos el ejemplo de Ana de dar un hijo físicamente a Dios, seguimos el principio que Ana nos presenta al entregarle espiritualmente a nuestros hijos y permitirle que los proteja y guíe.